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Cincuenta años
Hoy, Revista Hogar está de celebración. Cincuenta años de sueños compartidos, de buena compañía, de aprendizaje y complicidad.
Me encantan las fiestas. Me encanta pensar que siempre tenemos razones para celebrar. Que pese a todo lo oscuro que nos pueda parecer el mundo, hay algo esencial en cada uno de nosotros que nos lleva a ver el lado bueno, a escapar del nubarrón y dejarle espacio a la alegría.
Me gustan las fiestas familiares. Fiestas en las que bailan los abuelitos, baila la tía con el vaso en la cabeza, baila el tío borrachín que se cree integrante de Village People y baila el pobre adolescente avergonzado que no ha podido escapar de esa tía entusiasta que lo ha llevado a rastras a la pista de baile.
Me gustan las fiestas en las bodas, esas que tienen su pistoletazo de arranque inmediatamente después del discurso lacrimógeno del padre de la novia. Fiestas a las que todos acudimos elegantes, distinguidos y con el pelo alisado, y salimos sin zapatos, con peinado de Bob Marley y con una corbata ajena atada a la frente.
Me gustan las fiestas de disfraces. De esas en las que ves a una enfermera bailando con un cura, o a Batman bailando con el Hombre Araña. Fiestas en las que las chicas guapas y delgadas pueden elegir entre traje de odalisca o de Gatúbela, y a las demás nos toca elegir entre el de Princesa Fiona o Bob Esponja.
Me gustan las fiestas de pueblo, con camaretas y elección de reina. Fiestas en las que comes todo lo que no has comido en cinco años, y encuentras en tu plato una extraña –y deliciosa–combinación de mamíferos, roedores y aves (chancho, cuy y gallina). La bebida es siempre sospechosa, pero te olvidas de tus habituales escrúpulos y aceptas beber de un vaso –el único en toda la fiesta– en el que ya han bebido los demás asistentes, el alcalde, la reinita, la banda de pueblo, y el sindicato de transportistas interprovinciales.
Me gustan las fiestas en las que hay bailarines “expertos”. Esos que creen que dominan todos los ritmos y que no se amedrentan ante la Macarena, el breakdance o el Pasito tun tun. Celebraciones en las que bailamos con el mismo entusiasmo “La gota fría” o “Chola cuencana”.
Me gustan las fiestas de oficina de aquellas en las que al ver entrar a la contadora con minifalda descubres que tiene piernas (siempre la habías visto de cintura para arriba en su escritorio haciendo algún balance hasta las tres de la mañana) y también descubres que el cascarrabias de Recursos Humanos, cuando se toma dos tragos, se cree Bisbal.
Sí, me gusta pensar que siempre hay motivos para celebrar. Que hoy mismo hay alguien que se ha enamorado por primera vez, alguien que ha conseguido un nuevo trabajo, alguien que recupera la salud, alguien que ha tenido un hijo, alguien que se inaugura como abuela, alguien que ha abandonado una pena.
Hoy Revista Hogar está de celebración. Cincuenta años de sueños compartidos, de buena compañía, de aprendizaje y complicidad. Cincuenta años en que un equipo de gente valiosa y entusiasta ha despertado cada día con la intención de acompañarnos de la mejor manera en esta fiesta que es la vida.
Yo celebro que hace cinco años recibí la llamada de Gaby Gálvez, quien me propuso escribir este espacio mensual. Un tiempo en el que he recibido la confianza y el cariño de los gestores de esta revista, y generosísimas cartas de sus lectoras y lectores. ¡Gracias por invitarme a esta fiesta!
¡Felicitaciones a Rosa Amelia, a Gaby y a todo su equipo! Que Hogar nos acompañe por muchos años más y que la alegría de esta celebración no termine.
Malabares Cotidianos
Cincuenta años
Hoy, Revista Hogar está de celebración. Cincuenta años de sueños compartidos, de buena compañía, de aprendizaje y complicidad.
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