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La cabeza
En busca de la guía más confiable
“Actúa con la cabeza y no con el corazón”, le decía una locutora de radio a una joven que había llamado a su programa para pedirle consejo sobre su aparatosa vida sentimental.
El consejo suena bien, suena infalible, pero... ¿es verdaderamente confiable la cabeza?
La mía (lo confieso) tiene sus días difíciles y hace lo que se le viene en gana. Por ejemplo, hay ocasiones en que, sin venir a cuento, me despierto con una canción. No una que me guste o que esté de moda, ¡no!, mi cabeza decide que me levante cantando un hit de los noventa. Y ahí voy yo, mientras desayuno, cantando sin poder evitar Sopa de caracol, ¡hey! Me sacudo y me digo, ya basta, cállate, pero no hay manera. Voy a la oficina tarareando sin querer Wata negui consup, yupi patí, yupi pamí. Muero de rabia, pero no hay forma de que pueda liberarme de la maldición musical impuesta por mi cabeza. Entro a una reunión, me siento frente al gerente de ventas (un bicho resbaloso) y lo único que viene a mi cabeza es Con la cintura muévela, con la cadera muévela, si tu quieres bailar, sopa de caracol, ¡hey! Vuelvo a sacudirme furiosa, e imagino a mi cabeza riéndose de mí.
Otras veces, estoy en mi cuarto y me levanto a toda prisa, corro con urgencia a la cocina como si me persiguiera un toro, abro la refrigeradora y me quedo como tonta, sin saber qué rayos estoy haciendo ahí ¿para qué vine? ¿qué hago aquí? Entonces vuelvo a imaginar que mi cabeza suelta una carcajada con la certeza de haberme jugado una broma pesada.
Camino por la calle, de pronto pasa una señora y me sonríe. No la conozco, entonces pienso que quizá me ha confundido o se trata de una señora amable que sonríe con desconocidos. Pero al rato mi cabeza vuelve a hacer de las suyas, y en lugar de dejarme tranquila me atormenta: ¿Por qué se rió la señora?, ¿tengo una araña en el pelo?, ¿tengo un zapato negro y otro marrón?, ¡¿me olvidé de quitarme las pantuflas o los ruleros?! Y no, no pasa nada, salvo que mi cabeza ha decidido divertirse con mi angustia.
Hace unos días intentaba animar a una amiga, rota en su autoestima por la reciente separación de su marido, el discurso me estaba quedando muy bueno y conmovedor, hasta que en la mejor parte le dije: “Porque aunque él haya disfrazado de muchas cosas esta ruptura, tarde o temprano admitirá que te sigue amando, que eres única, Gaby”, entonces ella me miró, sonrió y dijo: “Soy Lorena”.
Mi cabeza es así, se ríe a mi costilla.
Hago memoria sobre algunos amores que elegí en la vida: a los 22 años salí con un chico que pertenecía a un grupo de observadores de estrellas. Mi cabeza me dijo que podía tratarse de una persona interesante y enriquecedora para mí. Un mes después me di cuenta de que más que observar las estrellas en las nubladas noches quiteñas, mi novio y sus amigos fumaban sustancias extrañas que les hacían ver cometas, naves espaciales y dragones voladores.
A los 23 salí con un abogado que soñaba con trabajar en el Ministerio de Relaciones Exteriores; nuevamente mi cabeza me dijo que esa podía ser la persona adecuada. Pronto caí en cuenta que le encantaban todo tipo de “relaciones exteriores” y esas incluían a dos compañeras de la universidad, a la secretaria de su papá y a mí.
Quizá la ciencia todavía tiene mucho que estudiar. Yo no sé si la cabeza es el órgano más fiable para nuestras decisiones, la mía no. Por eso yo elijo con los pies... para que (al menos) nadie me quite lo bailado.
Malabares Cotidianos
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