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MALABARES COTIDIANOS Mensajes Hay uno que nos salva cada día.


Mensajes

Por María Fernanda Heredia
Escritora ecuatoriana

Hay ocasiones en que creo recibir señales. No hablo de mensajes telepáticos de extraterrestres, ni de espíritus del más allá que vuelven para resolver asuntos pendientes. Me refiero a que a veces voy por la vida, despreocupada, y de pronto escucho casualmente alguna frase de alguien que camina por la misma acera que yo, o en la fila del banco, o en la televisión, y de inmediato siento que esa frase viene dirigida a mí.
Es como si la vida buscara canales poco habituales para enviarme una señal que no debo desdeñar.
Un día en la farmacia, por ejemplo, una señora charlaba con su marido. Le hablaba, con preocupación, de una tal Pepita (que no sé quién es) y sobre eso tan feo (que no sé qué es) que le salió (no sé dónde).
En realidad a Pepita le habría podido salir algo feo como un lunar peludo, un tumor, un novio vago o una notificación del SRI, pero yo decidí que, a través de ese mensaje escuchado al vuelo, la vida me estaba pidiendo que llamara a mi médico y me revisara todo lo feo que me hubiera podido salir. La señal de Pepita me sirvió para ratificar que mi salud estaba bien… y para soltar 300 dólares en análisis. 
Hace tiempo soñé con un ex. En el sueño él me decía que teníamos algo pendiente y que debíamos resolverlo. Al día siguiente lo llamé y me dijo: “Justo hoy estaba pensando en ti”. Yo emocionada le dije: “Quizá tenemos algo pendiente entre los dos”, entonces él me lo confirmó… me recordó que aún no le devuelvo la plancha que dejó en mi casa. 
En fin… la vida me envía señales a su manera.
Hace unos días estaba escuchando la radio, era uno de esos programas de gente que llama a pedir consejos. Eran los primeros días del año y una chica pedía sugerencias para que su relación de pareja no cayera en la rutina, y de inmediato sentí que la vida me enviaba un mensaje.
¡Soy rutinaria, mi novio me va a dejar, de seguro le parezco aburrida, monótona, tediosa y soporífera!, me dije con el optimismo verbal que me caracteriza. La presentadora sugirió a la oyente que hiciera cosas distintas con su pareja: “Vístete de enfermera por la noche o hagan un viaje de aventura juntos”.
La primera opción la descarté, el fin de año subí de peso y si me disfrazo pareceré una enfermera jubilada con retención de líquidos.
Pero la idea del viaje me pareció interesante. Me puse manos a la obra y decidí que invitaría a mi novio a una acampada en la montaña. Revisé opciones en internet, compré carpa, bolsas de dormir, ropa adecuada, agua y alimentos, una botella de vino, y esa misma noche le di la noticia. Él me miró con extrañeza, le dije: “Hay que romper la rutina, salir del espacio de confort, hacer cosas diferentes”. Levantó los hombros y contestó: “Si a ti te parece…”.
Fue el peor fin de semana de mi vida, descubrí que para montar una carpa necesitas ser ingeniero civil, que si te olvidas el sacacorchos no habrá poder humano que abra la botella de vino, que a 8 grados de temperatura la fogata es más importante que tu novio, que la bolsa de dormir es el mejor invento para arruinarte las cervicales, y que por la noche los sapos suenan como si fueran tiranosaurios hambrientos. Ahí, sentados en una piedra, con los dedos de los pies congelados, sin luna romántica por la niebla y cenando pan de molde con atún, a los dos nos agarró la risa.
Y la risa nos salvó.
Y la risa se convirtió en el mensaje de la vida y en la promesa de cada día ante la rutina, el miedo y la incertidumbre.
Que este año la risa nos salve cada día.


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Edición # 617 - 19 de enero de 2016

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